BIBLIOTHECA AUGUSTANA

 

Leonor López de Córdoba y Carrillo

1362/63 - poco después de 1412

 

Memorias

 

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19. En este tiempo vino una pestilencia muy cruel y mi Señora no quería salir de la ciudad é yo demándele merced de huir con mis hijuelos, que no se me muriesen; y á ella no le plugo; mas dióme licencia, yo partíme de Córdoba y fuíme á Santa Ella con mis hijos y el huérfano que yo crié.

20. Vivía en Santa Ella y aposentóme en su casa y todos los vecinos de la villa se holgaron mucho de mi ida, y recibiéronme con mucho gasajo, porque habían sido criados del Señor mí padre; y así me dieron la mejor casa que había en el lugar, que era la de Fernando Alonso Medina Barba. Y estando sin sospecha, entró mi Señora tía con sus hijas; é yo apárteme á una cuadra pequeña; y sus hijas mis primas nunca estaban bien conmigo, por el bien que me hacía su madre. Y desde allí pasó tantas amarguras, que no se podrían escribir; y vino allí pestilencia y así se partió mi Señora con su gente para Aguilar, aunque asaz... para sus hijas porque su madre me quería mucho y hacía grande cuenta de mí.

21. E yo había enviado aquel huérfano que crié á Ecija. La noche que llegamos á Aguilar entró de Ecija el mozo con dos landres en la garganta y tres carbuncros en el rostro con muy grande calentura, y estaba allí D. Alfonso Fernández, mi primo, su mujer y toda su casa; y así que todas ellas mis sobrinas y mis amigas vinieron á mí en sabiendo que mi criado venía así y dijéronme, «vuestro criado Alonso viene con pestilencia, y sí D. Alfonso Fernández lo vé, hará maravillas estando con tal enfermedad». Y el dolor que á mí corazón llegó, bien lo podéis entender quien esta historia oyereis; que yo venía corrida y amarga; y en pensar que por mí había entrado tan gran dolencia en aquella casa, fue llamar un criado del Señor mi Padre el Maestre, que se llamaba Miguel de Santa Ella, é roguéle que llevase aquel mozo á su casa. El cuitado tuvo miedo y dijo: «Señora, Señora, ¿cómo lo llevaré con pestilencia que me mate?» Y díjele: «Hijo, no querrá Dios.» Y él con vergüenza de mí llevólo; é por mis pecados trece personas que de noche lo velaban, todos murieron.

22. Y yo facía una oración, que había oído, que hacía una monja ante un Crucifijo. Parece que ella era muy devota de Jesu Christo, y diz que después que había oído maitines, veníase ante un Crucifijo, y rezaba de rodillas siete mil veces: «Piadoso fijo de la virgen, vénzate piedad»; y que una noche, estando la monja cerca donde ella estaba, que oyó que le respondió el Crucifijo, é dijo: «Piadoso me llamaste, piadoso te seré.» E yo había gran devoción en estas palabras: rezaba cada noche esta oración, rogando á Dios me quisiese librar á mí y á mis fijos: é sí alguno obiere de llevar, llevase el mayor, porque era muy doliente.

23. E plugo á Dios que una noche no fallaba quien velase aquel mozo doliente, porque habían muerto todos los que hasta entonces le habían velado. E vino á mí aquel mí fijo que le decían Juan Fernández de Henestrosa, como su abuelo, que era de edad de doce años é cuatro meses, é díjome: «Señora, ¿no hay quien vele á Alonso esta noche?» E díjele: «Veladlo vos por amor de Dios.» Y respondióme: «Señor, agora que han muerto otros, ¿queréis que me mate?» E yo díjele: «Por la caridad, que yo fago, Dios habrá piedad de mí.» E mí hijo por no salir de mi mandamiento lo fue á velar; é por mis pecados aquella noche le dio la pestilencia é otro día le enterré, y el enfermo vivió después, habiendo muerto todos los dichos.

24. E la mujer de D. Alfonso Fernández, mi prima, hubo muy gran enojo, porque moría mi fijo por tal ocasión en su casa; y la muerte en la boca, lo mandaba sacar de ella, Y yo estaba tan traspasada de pesar, que no podía hablar del corrimiento que aquellos señores me hacían. Y el triste de mi hijo decía: «Decid á mi señora Doña Teresa que no me haga echar, que ahora saldrá mi ánima para el cielo.» Y aquella noche falleció y se enterró en Santa María de la Coronada, que es en la villa, porque Doña Teresa me tenía mala intención, y no sabía por qué, y mandó que no lo soterrasen dentro de la villa.

25. Y así, cuando lo llevaban á enterrar fui yo con él; y cuando iba por la calle con mi hijo, las gentes salían dando alaridos, amancilladas de mí, y decían: «Salid, señoras, y veréis la más desventurada, desamparada é más maldita mujer del mundo», con los gritos que los cielos traspasaban. E como los de aquel lugar, todos eran crianza y hechura del señor mí padre; y aunque sabían que les pesaba á sus señores, hicieron grande llanto conmigo, como sí fuera su señora.

26. Esta noche como vine de soterrar á mí hijo, luego me dijeron que me viniese á Córdoba: é yo llegué á mí señora mi tía por ver si me lo mandaba ella. Ella me dijo: «Sobrina señora, no puedo dejar de hacerlo, que á mi nuera y á mis fijas lo he prometido, porque son hechas en uno; y en tanto me han afligido que os parta de mí, que se lo ove otorgado, é esto no sé qué enojo hacéis á mí nuera Doña Teresa que tan mala intención os tiene». Y yo le dije con muchas lágrimas: «Quiera Dios no me salve si merecí por que.» Y así víneme á mi casa á Córdoba.

 

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COMENTARIO

 

19. La pestilencia de que aquí se habla ocurrió en los años de 1400 y 1401, invadiendo no sólo á Sevilla, sino también á lo más de Andalucía. De ella habla Ortiz de Zúñiga en sus Anales.

En la Corónica del Rey Don Enrique el Tercero de Castilla, llamado el Doliente, copilada por Pedro Barrantes Maldonado (Biblioteca Colombina, ms., B. 4.a, 448 20) se lee: «En el deceno año del Rey Don Enrique, que fué año de mil y quatrocientos, hubo gran mortandad en toda la tierra; y á diez de Julio deste año se puso en la torre de la Iglesia Mayor de Sevilla el primer relox que en ella hubo, y hubo este día grandes truenos é relámpagos, é cayó un rayo cuando subían la campana que hizo harto daño.»

En 1383 ya esta peste había pasado de la Galia Narbonense y Languedoc á Cataluña. En Córdoba, según Saez en su Demostración del verdadero valor de las monedas del tiempo de Enrique III, desde Marzo á Junio arrebató la vida á 70.000 hombres, cifra que parece exagerada. Enrique III hubo de derogar las leyes que disponían «que las viudas no podían casar dentro del año de la muerte de sus maridos so pena de infamia y perder el lecho marital».

Los síntomas de la peste levantina eran en la declinación del día ó en el curso de la noche, ligeros calosfrío, violenta cefalalgia, mayor ó menor ronquera, fija mirada y reluciente, fisonomía abatida y gran tristura, repugnancia á todo y falta absoluta de fuerzas. Precedía á la aparición de la dolencia terror vehemente. Seguían sopor, estremecimientos, negrura en lengua é hipo y bubones blancos ó lívidos, y carbunclos numerosos, que tan presto desparecían como tornaban. Considerábase el mal de muerte al presentarse manchas purpúreas, violadas, negras ó verdosas. Duros eran los tumores y ovalados y muy dolorosos, y se mostraban en el cuello, en el ángulo de las mandíbulas y en las ingles, pero muy rara vez en corvas y codos.

El fin funesto es con oscuridad de vista, cuando se avecina, con falsa voz, sequedad en la lengua, convulsiones y delirio.

Pero no siempre la muerte ocurría en la misma forma. En breves horas y en plenitud de salud, sin aparecer bubón alguno, mataba á las personan. El término de la enfermedad era al segundo, tercero ó cuarto día, bien que se apagase la vida sin aparente violencia, bien que desórdenes espantosos privasen de la exigencia al enfermo.

El resumen de la vida de Doña Leonor por las fechas se halla formado de este modo por mí.

Nace en Calatayud en Diciembre de 1362 ó Enero de 1363.

Cásase en edad de siete años con Ruy Fernández de Henestrosa.

Está nuevo años presa en las Atarazanas de Sevilla en compañía de él desde 1371 á 1380.

Su marido permanece ausente de ella siete anos; de 1380 á 1387.

Reside en Córdoba y en casa de su señora tía D.ª María García Carrillo diez y siete años: de 1380 á 1397.

Prohija un niño hebreo en 1392.

Muere en la gran pestilencia del año 1400 su hijo mayor en edad de doce años, como nacido en 1388, un año después del regreso de su marido.