BIBLIOTHECA AUGUSTANA

 

Leonor López de Córdoba y Carrillo

1362/63 - poco después de 1412

 

Memorias

 

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Introducción

 

Doña Leonor López de Córdoba, hija del Maestre de Calatrava y Alcántara Don Martín López de Córdoba, dictó una Memoria de los sucesos de su desdichada vida, Memoria que se conservaba en el convento de San Pablo en la ciudad de Córdoba, perteneciente á la Orden de Predicadores. Allí ha permanecido inédita hasta los modernos tiempos.

Conoció muy bien este escrito Fray Juan de Ostos, pues lo cita en su Vida y milagros del beato Fray Alvaro de Córdoba, hijo del Real Convento de San Pablo (Córdoba, 1687), y lo cita reiteradamente y con este encomio: «papel verdadero, cierto y seguro que no ha llegado á noticia de muchos y se guarda en el archivo de los Henestrosas de Córdoba», y aún, para darle más testimonio de validez, lo llama «relación jurada que de su adversa fortuna hizo Doña Leonor».

En 1875, por Febrero, ocupábame en comentar esta Memoria, como lo anuncié en mi libro Sobre el censor epistolario del bachiller Fernán Gómez de Cibdareal, impreso en Sevilla el mismo año, como se ve en su prólogo de 3 de Febrero.

Anticipóseme el Sr. D. José María Montoto, estimable historiador de Don Pedro I de Castilla, y en Julio siguiente dió a pública luz en el Ateneo, periódico literario de aquella ciudad entonces, la relación de Doña Leonor, con algunas observaciones muy discretas.

No dejé de continuar mis estudios sobre aquel documento de no menos importancia histórica que literaria. Y como la Memoria de Doña Leonor, aunque tan sucinta, exige tantas y tantas comprobaciones de personas y hechos, me he visto obligado, por las circunstancias difíciles de no hallar medios para saber dónde verificarlas, á dejar que corriesen tiempos en que el acaso ó la indicación de algún erudito me diesen luz para satisfacer mi vehemente deseo.

El señor Marqués de la Fuensanta del Valle publicó de nuevo en este tiempo la relación de Doña Leonor en la Colección de documentos para la Historia de España, que tan loablemente prosiguieron hasta su muerte los Sres. D. Mariano de Zabalburu y D. José Sancho Rayón para la ilustración patria; pero el Marqués no la comentó.

Considero el escrito de esa dama digno de aprecio sumo. No puede hallarse mayor sublimidad en más sencillo lenguaje. Es la sincera expresión de la verdad y del sentimiento. Poseía Doña Leonor gran elocuencia, y lo ignoraba. ¡Qué viveza en unos pasajes! ¡Cuánta melancolía en lo más! ¡Y qué pinturas tan conmovedoras y terribles!

El rápido coloquio entre su padre, yendo al suplicio, al encontrarse con el célebre Beltrán Duguesclín, puede servir de modelo de concisión histórica. No sé con qué comparar el cuadro patético de la muerte de sus hermanos presos y vejados tan cruelmente en las Atarazanas de Sevilla, de orden de Don Enrique II. ¿Y aquella descripción de los sufrimientos morales de Doña Leonor en casa de sus parientas en Córdoba? La descripción de la muerte de su hijo en medio de la peste, el sacrificio de ella por gratitud á un antiguo y leal servidor de su padre y la escena del entierro de aquél, iguala en grandeza al mejor pasaje épico de Grecia.

Aumenta á mis ojos el mérito del escrito ser todo obra de un talento natural y en un idioma imperfecto aún. El alma apasionada de esa mujer, y el recuerdo de sucesos tan tremendos, y aquellas avenidas y tempestades de tribulaciones, saben despertar el interés en los ánimos de los lectores, que imaginan verlos en aquel instante. Está de más decir que en la narración se admira á la dama española de ese tiempo, que inspirada en su fe religiosa, templa sus intensísimos dolores con los consuelos de su ilimitada esperanza en Dios y con sus perseverantes ruegos.

En una nación como la nuestra, en que tan pocas memorias personales existen, llama más y más la estima de los entendidos la presente obrita y por ser del siglo en que quedó trazada.

Creo que debió escribirse en los postreros años de su vida, con el designio de que se custodiase en el convento donde erigió capilla para los restos de su padre y ella; pero prevenida por la muerte, no logró ponerle término, cual anhelaba, para que la posteridad conservase la memoria de los acaecimientos de su muy trabajosa existencia en lo más y de sus fugitivas prosperidades, que con contratiempos hacían á veces penosa la felicidad misma.

Aparece, pues, incompleto el escrito, por dejarnos en la completa ignorancia de ellas. Mas he hallado en libros de autores y en apuntamientos de su edad algunas noticias, suficientes á esclarecer en mucho la vida de Doña Leonor.

Desde luego en la ordenación de ellas no se encontrará el encanto de aquel estilo fácilmente narratorio de doña Leonor, semejante al de una persona que está en familiaridad hablando de cuanto le ha sucedido. En verdad debió ser así, pues esa señora dictó á un escribidor 1) ó escribano su relación jurada. Mas se suple la disonancia que pudiera tener la diversidad del lenguaje de aquel siglo al del presente, con trasladar íntegros bastantes párrafos de autores sus contemporáneos; vindícase de algunos juicios adversos á esta señora en el subsiguiente estudio, para que pensamientos tales contra la verdad y la justicia queden lejos de nosotros y de la posteridad, para que en ella se afirme la perpetuidad de su claro nombre. Lo creo así y así lo escribo.

Terminará mi estudio en un juicio del verdadero carácter de esta dama. Y si bien ninguno, por sabio y experimentado que sea, puede venir en conocimiento exacto de nuestros pensamientos y del motivo de nuestras acciones sino imperfectamente, hablando en modo general, los hechos de Doña Leonor llevan en sí una claridad tan suprema, que sin recelo de engaño nos llevan á la evidencia de sus altas virtudes.

Podría decirse que pues Doña Leonor mandó é hizo escribir esta relación, el mérito de ella se debería al que la puso en estilo; pero en la carta al Rey, que se halla en la Eneida romanzada 2) de Don Enrique de Villena, trátase así á los Escribanos de Cámara de su tiempo, y con especialidad á uno de Córdoba, lamentándose de la mengua que esso había en Castilla, «encomendando el fazer de las coronicas á homes legos, ayunos de sciencia, ignorantes la lengua latina, que non vieron otras, sino las dellos ordenar, por cuanto en tiempo del dicho Don Enrique esto escribió, poco sabía quien había cargo de ordenar estas coronicas... y había dello cargo un escribano que estaba en Córdoba, y dábanle cien maravedís cada día... todos ignorantes latín, y por eso los llaman romancistas... como si ordenasen procesos non curando del orden artificial que guarnesce mucho las obras». Esta noticia excluye la opinión que pudiera tenerse, si quier impensadamente, de que una obra de tan delicado modo escrita fuese por uno de estos hombres.

 

Adolfo de Castro.

 

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1) Así se decía antiguamente en Córdoba. 

2) Ms. en la Bib. Colombina.