BIBLIOTHECA AUGUSTANA

 

Gustavo Adolfo Bécquer

1836 - 1870

 

La ventá encantada

 

Acto segundo

 

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Escena VII.

 

D. Fernando, Lucinda

 

Fern.

¡Desmayada! Por quien soy

que ocasion mas importuna...

¡Voto á mi negra fortuna!

Luc.

¡Ah! (Volviendo en sí poco á poco.)

Fern.

Ya vuelve.

Luc.

(Incorporándose.) ¿Dónde estoy?

¿Es vision engañadora,

hija de un sueño quizá?

Sola... en este sitio... ¡Ah!

(Viendo á D. Fernando.)

Fern.

Tranquilizaos, señora.

Luc.

¿Quién sois?

Fern.

Cuidados no os den,

que segura estáis conmigo.

Luc.

Pero ¿quién sois?

Fern.

Un amigo

que vela por vuestro bien.

Luc.

En balde os habeis tapado

con la máscara el semblante;

á ocultaros no es bastante...

Fern.

Sabeis que soy?...

Luc.

Un malvado.

Fern.

Nunca.

Luc.

Vuestra condicion

muy en descubierto queda,

pues no hay máscara que pueda

disfrazar el corazon.

Fern.

Á insulto tan arrogante

de esta manera respondo.

(Se quita la máscara.)

Señora, yo á nadie escondo

nunca el nombre ni el semblante.

Luc.

¡Don Fernando!

Fern.

El mismo, si;

no me escondo, ya lo veis.

Sin duda os sorprendereis

de hallarme, señora, aqui.

No soy el hombre malvado

que contra damas conspira,

soy caballero, que mira

por su decoro ultrajado.

¿Enmudece vuestra lengua

sin saber lo que decir?

Luc.

¿Y qué pudiera añadir

que no diga vuestra mengua?

Porque falsa no mentí

del altar sagrado al pié,

y del cielo me amparé,

y de vuestro amor huí,

escarneciendo el dolor

y su asilo profanando,

¿acostumbrais, don Fernando,

á probar vuestro valor?

Fern.

Pues la lucha está empeñada,

probaros he de poder,

que si robo á una mujer

nunca negaré mi espada.

Á mas... en esta ocasion

vos no me podeis culpar,

porque esto solo es pagar

la traicion con la traicion.

Luc.

¡Traicion... y mia!

Fern.

Si á fé.

¿Olvidó vuestra memoria

de lo pasado la historia?

Pues yo os la recordaré.

Luc.

¡Callad! ¿Á qué recordar

esa historia de falsia,

que á tener mas hidalguia

os debiera avergonzar?

Fern.

¿Quereis que ande de mil modos,

por vuestra imprudencia loca,

mi nombre de boca en boca,

siendo la burla de todos?

¿Pensais que sufrir yo puedo

que en palacio ó en la calle,

donde quiera que me halle,

me señalen con el dedo?

Si lo esperais es en vano,

y tal delirio olvidad:

pues por fuerza ó voluntad

será mia vuestra mano.

Luc.

Si de mi padre el mandato

contra mi fé se estrelló,

¿pensais que cediera yo

á vuestra fuerza ¡insensato!

Fern.

Ved que mia habeis de ser.

Luc.

¡Primero sabré morir !

Fern.

Eso... es fácil de decir, (Con ironia.)

pero difícil de hacer.

Pues con tiempo y desengaños

yo os dejaré convencida,

de que ni á sufrirlo hay vida

ni hay mal que dure cien años.

Luc.

Basta: sabed respetar

de los débiles el fuero.

No debe el que ciñe acero

á un indefenso insultar.

Fern.

Puésto que asi lo quereis,

basta de reconvenciones,

y estas últimas razones

de mis labios solo oireis.

Ni las rejas del convento

ni de Cardenio el furor,

ni menos vuestro dolor,

me apartarán de mi intento.

He decidido, y concluyo,

que vos mi esposa sereis:

tomadlo si lo quereis

como amor ó como orgullo.

Amb.

(Desde la puerta.)

Todo está pronto, señor. (Se retira.)

Fern.

¿Veis, Lucinda encantadora?

De partir llegó la hora:

deponed ese rigor,

y siempre hallareis en mí

un sumiso y tierno amante.

Luc.

¿Dónde habrá fuerza bastante '

á separarme de aqui?

Fern.

No insistais.

Luc.

Mil veces no.

Fern.

¡Lucinda!

Luc.

¡Atrás!

Fern.

¡Lo quereis!

por fuerza me seguireis.

Luc.

¡No hay quien me defienda!

Card.

(Que algunas palabras antes se habrá asomado á la puerta de su habitacion, se interpone entre ambos.)

¡Yo!