BIBLIOTHECA AUGUSTANA

 

Lope de Vega

1562 - 1635

 

Rimas

 

16209

 

______________________________________________________________

 

 

 

 

Selección:

Dedicatoria

A don Juan de Arguijo

El Prólogo

Soneto 1

Soneto 4

Soneto 7

Soneto 8

Soneto 14

Soneto 16

Soneto 20

Soneto 21

Soneto 35

Soneto 37

Soneto 44

Soneto 48

Soneto 61

Soneto 66

Soneto 68

Soneto 70

Soneto 81

Soneto 84

Soneto 86

Soneto 87

Soneto 94

Soneto 101

Soneto 113

Soneto 126

Soneto 133

Soneto 137

Soneto 150

Soneto 151

Soneto 155

Soneto 158

Soneto 160

Soneto 161

Soneto 162

Soneto 164

Soneto 174

Soneto 175

Soneto 178

Soneto 188

Soneto 189

Soneto 190

Soneto 191

Soneto 198

Soneto 199

Soneto 200

 

 

A don Juan de Arguijo, veinticuatro de Sevilla.

 

A persuasión de algunas personas que deseaban estas Rimas solas y manuales, salen otra vez a luz, honradas del nombre de vuestra merced, indicio que su censura y autoridad no las desprecia. Todos buscan quien ampare, yo quien emiende; que más quiero ser entendido que defendido, porque con los ignorantes no vale la sciencia, ni la grandeza con la malicia. Y pues es más justo buscar quien lea y entienda, así acertase el libro en lo que trata, como en ir a vuestra merced, a quien guarde Dios muchos años.

 

Lope de Vega Carpio.

 

*

 

A don Juan de Arguijo.

 

¿A quién daré mis rimas

y amorosos cuidados,

de aquella luz traslados,

de aquella esfinge eni[g]mas?

5

¿A quién mis escarmientos?

¿A quién mis castigados pensamientos?

 

A vos, famose hijo

de las musas, que sólo

a vos, de polo a polo,

10

para su centro elijo;

a vos, asilo sacro,

soberano de Apolo simulacro.

 

A vos, Mecenas claro,

dulce, divino Orfeo,

15

clarísimo Museo,

de los ingenios faro;

porque a vos dirigidas,

más que sus versos letras, tendrán vidas.

 

Aquí donde, sereno,

20

corre el Betis undoso,

y en mi llanto amoroso

dio al indio mar veneno,

con mal acorde lira

canté lo que a mi genio Febo inspira.

 

25

Esto os doy, aunque veo

que es aqua en ruda mano.

El don es pobre y llano;

alto y rico el deseo.

Cisne de amor parezco;

30

la voz postrera a vuestro nombre ofrezco.

 

Para mayores cosas

levanto el armonía

del plectro que solía

tratar las amorósas

35

por ver si el laurel verde

hallo en las armas, que en amor se pierde.

 

*

 

El Prólogo.

 

AQUÍ tienes, letor, dos centurias de Sonetos, aunque impresos otra vez en mi Angélica, pero van acompañados de las Rimas que entonces no salieron a luz, porque excedía el número a lo que permite un libro en otavo folio. Dellos no digo nada, pues los has visto; de las Rimas tampoco, pues las has de ver. Hallarás tres églogas, un diálogo, dos epístolas, algunas estancias, sonetos, y epitafios fúnebres, y dos romances, que no me puedo persuadir que desdigan de la autoridad de las Rimas,

aunque se atreve a su facilidad la gente ignorante, porque no se obligan a la corresponsión de las cadencias. Algunos quieren que sean la cartilla de los poetas; yo no lo siento así, antes bien los hallo capaces, no sólo de exprimir y declarar cualquier concepto con fácil dulzura, pero de proseguir toda grave acción de numeroso poema. Y soy tan de veras español, que por ser en nuestro idioma natural este género, no me puedo persuadir que no sea digno de toda estimación. Los versos sueltos italianos imitaron a los heroicos latinos, y los españoles en éstos, dándoles más la gracia de los asonantes, que es sonora y dulcísima. Recibe mi deseo. Lee si entiendes, y emienda si sabes. Mas, ¿quién piensa que no sabe<s>?

Que presto, si Dios quiere, tendrás los dieciséis libros de mi Jerusalem, con que pondré fin al escribir versos.

 

*

 

Soneto 1

 

Versos de amor, conceptos esparcidos,

engendrados del alma en mis cuidados,

partos de mis sentidos abrasados,

con más dolor que libertad nacidos;

 

5

expósitos al mundo, en que perdidos,

tan rotos anduvistes y trocados,

que sólo donde fuistes engendrados

fuérades por la sangre conocidos;

 

pues que le hurtáis el laberinto a Creta,

10

a Dédalo los altos pensamientos,

la furia al mar, las llamas al abismo,

 

si aquel áspid hermoso nos aceta,

dejad la tierra, entretened los vientos,

descansaréis en vuestro centro mismo.

 

*

 

Soneto 4

 

Era la alegre víspera del día

que la que sin igual nació en la tierra,

de la cárcel mortal y humana guerra

para la patria celestial salía;

 

5

y era la edad en que más viva ardía

la nueva sangre que mi pecho encierra,

cuando el consejo y la razón destierra

la vanidad que el apetito guía,

 

cuando Amor me enseñó la vez primera

10

de Lucinda en su sol los ojos bellos,

y me abrasó como si rayo fuera.

 

Dulce prisión y dulce arder por ellos;

sin duda que su fuego fue mi esfera,

que con verme morir descanso en ellos.

 

*

 

Soneto 7

 

Éstos los sauces son y ésta la fuente,

los montes éstos, y ésta la ribera

donde vi de mi sol la vez primera

los bellos ojos, la serena frente.

 

5

Éste es el río humilde y la corriente,

y ésta la cuarta y verde primavera

que esmalta el campo alegre y reverbera

en el dorado Toro el sol ardiente.

 

Árboles, ya mudó su fe constante,

10

mas, ¡oh gran desvarío!, que este llano,

entonces monte, le dejé sin duda.

 

Luego no será justo que me espante,

que mude parecer el pecho humano,

pasando el tiempo que los montes muda.

 

*

 

Soneto 8

 

De hoy más las crespas sienes de olorosa

verbena y mirto coronarte puedes,

juncoso Manzanares, pues excedes

del Tajo la corriente caudalosa.

 

5

Lucinda en ti bañó su planta hermosa;

bien es que su dorado nombre heredes,

y que con perlas por arenas quedes,

mereciendo besar su nieve y rosa.

 

Y yo envidiar pudiera tu fortuna,

10

mas he llorado en ti lágrimas tantas,

(tú, buen testigo de mi amargo lloro),

 

que mezclada en tus aguas pudo alguna

de Lucinda tocar las tiernas plantas,

y convertirse en tus arenas de oro.

 

*

 

Soneto 14

 

Vierte racimos la gloriosa palma,

y sin amor se pone estéril luto;

Dafnes se queja en su laurel sin fruto,

Narciso en blancas hojas se desalma.

 

5

Está la tierra sin la lluvia en calma,

viles hierbas produce el campo enjuto,

porque nunca el Amor pagó tributo,

gime en su piedra de Anaxarte el alma.

 

Oro engendra al amor de agua y de arenas,

10

porque las conchas aman el rocío,

quedan de perlas orientales llenas.

 

No desprecies, Lucinda hermosa, el mío,

que al trasponer del sol, las azucenas

pierden el lustre, y nuestra edad el brío.

 

*

 

Soneto 16

 

Sentado Endimión al pie de Atlante,

enamorado de la Luna hermosa,

dijo con triste voz y alma celosa:

«En tus mudanzas, ¿quién será constante?

 

5

Ya creces en mi fe, ya estás menguante,

ya sales, ya te escondes desdeñosa,

ya te muestras serena, ya llorosa,

ya tu epiciclo ocupas arrogante;

 

ya los opuestos indios enamoras,

10

y me dejas muriendo todo el día,

o me vienes a ver con luz escasa».

 

Oyóle Clicie, y dijo: «¿Por qué lloras,

pues amas a la Luna que te enfría?

¡Ay de quien ama al sol que solo abrasa!».

 

*

 

Soneto 20

 

Si culpa el concebir, nacer tormento,

guerra vivir, la muerte fin humano;

si después de hombre, tierra y vil gusano,

y después de gusano, polvo y viento;

 

5

si viento nada, y nada el fundamento,

flor la hermosura, la ambición tirano,

la fama y gloria, pensamiento vano,

y vano en cuanto piensa el pensamiento,

 

¿quién anda en este mar para anegarse?

10

¿De qué sirve en quimeras consumirse,

ni pensar otra cosa que salvarse?

 

¿De qué sirve estimarse y preferirse,

buscar memoria habiendo de olvidarse,

y edificar habiendo de partirse?

 

*

 

Soneto 21

 

A Baco pide Midas que se vuelva

oro cuanto tocare (¡ambición loca!);

vuélvese en oro cuanto mira y toca,

el labrado palacio y verde selva.

 

5

Adonde quiera que su cuerpo envuelva,

oro le ofende, y duerme en dura roca;

oro come, oro bebe, que la boca

quiere también que en oro se resuelva.

 

La Muerte, finalmente, su auricida,

10

triunfó de la ambición, y en oro envuelto,

se fue secando, hasta su fin postrero.

 

Así yo, triste, acabaré la vida,

pues tanto amor pedí, que, en amor vuelto

el sueño, el gusto, de abundancia muero.

 

*

 

Soneto 35

 

Ardese Troya, y sube el humo escuro

al enemigo cielo, y entretanto,

alegre, Juno mira el fuego y llanto:

¡venganza de mujer, castigo duro!

 

5

El vulgo, aun en los templos mal seguro,

huye, cubierto de amarillo espanto;

corre cuajada sangre el turbio Janto,

y viene a tierra el levantado muro.

 

Crece el incendio propio el fuego extraño,

10

las empinadas máquinas cayendo,

de que se ven rüinas y pedazos.

 

Y la dura ocasión de tanto daño,

mientras vencido Paris muere ardiendo,

del griego vencedor duerme en los brazos.

 

*

 

Soneto 37

 

Céfiro blando que mis quejas tristes

tantas veces llevaste, claras fuentes

que con mis tiernas lágrimas ardientes

vuestro dulce licor ponzoña hicistes;

 

5

selvas que mis querellas esparcistes,

ásperos montes a mi mal presentes,

ríos que de mis ojos siempre ausentes,

veneno al mar, como a tirano distes;

 

pues la aspereza de rigor tan fiero

10

no me permite voz articulada,

decid a mi desdén que por él muero.

 

Que si la viere el mundo transformada

en el laurel que por dureza espero,

della veréis mi frente coronada.

 

*

 

Soneto 44

 

Que otras veces amé negar no puedo,

pero entonces amor tomó conmigo

la espada negra, como diestro amigo,

señalando los golpes en el miedo.

 

5

Mas esta vez que batallando quedo,

blanca la espada y cierto el enemigo,

no os espantéis que llore su castigo,

pues al pasado amor amando excedo.

 

Cuando con armas falsas esgremía,

10

de las heridas truje en el vestido

(sin tocarme en el pecho) las señales;

 

mas en el alma ya, Lucinda mía,

donde mortales en dolor han sido,

y en el remedio heridas inmortales.

 

*

 

Soneto 48

 

El pastor que en el monte anduvo al hielo,

al pie del mismo, derribando un pino,

en saliendo el lucero vespertino

enciende lumbre y duerme sin recelo.

 

5

Dejan las aves con la noche el vuelo,

el campo el buey, la senda el peregrino,

la hoz el trigo, la guadaña el lino,

que al fin descansa cuando cubre el cielo.

 

Yo solo, aunque la noche con su manto

10

esparza sueño y cuanto vive aduerma,

tengo mis ojos de descanso faltos.

 

Argos los vuelve la ocasión y el llanto,

sin vara de Mercurio que los duerma,

que los ojos del alma están muy altos.

 

*

 

Soneto 61

 

Ir y quedarse, y con quedar partirse,

partir sin alma, y ir con alma ajena,

oír la dulce voz de una sirena

y no poder del árbol desasirse;

 

5

arder como la vela y consumirse,

haciendo torres sobre tierna arena;

caer de un cielo, y ser demonio en pena,

y de serlo jamás arrepentirse;

 

hablar entre las mudas soledades,

10

pedir prestada sobre fe paciencia,

y lo que es temporal llamar eterno;

 

creer sospechas y negar verdades,

es lo que llaman en el mundo ausencia,

fuego en el alma, y en la vida infierno.

 

*

 

Soneto 66

 

Pasé la mar cuando creyó mi engaño

que en él mi antiguo fuego se templara,

mudé mi natural, porque mudara

naturaleza el uso, y curso el daño.

 

5

En otro cielo, en otro reino extraño,

mis trabajos se vieron en mi cara,

hallando, aunque otra tanta edad pasara,

incierto el bien, y cierto el desengaño.

 

El mismo amor me abrasa y atormenta,

10

y de razón y libertad me priva.

¿Por qué os quejáis del alma que le cuenta?

 

¿Qué no escriba decís, o que no viva?

Haced vos con mi amor que yo no sienta,

que yo haré con mi pluma que no escriba.

 

*

 

Soneto 68

 

Con nuevos lazos, como el mismo Apolo,

hallé en cabello a mi Lucinda un día,

tan hermosa, que al cielo parecía

en la risa del alba, abriendo el polo.

 

5

Vino un aire sutil, y desatólo

con blando golpe por la frente mía,

y dije a amor que para qué tejía

mil cuerdas juntas para un arco solo.

 

Pero él responde: «Fugitivo mío,

10

que burlaste mis brazos, hoy aguardo

de nuevo echar prisión a tu albedrío».

 

Yo triste, que por ella muero y ardo,

la red quise romper, ¡qué desvarío!,

pues más me enredo mientras más me guardo.

 

*

 

Soneto 70

 

Quiero escribir, y el llanto no me deja,

pruebo a llorar, y no descanso tanto,

vuelvo a tomar la pluma, y vuelve el llanto,

todo me impide el bien, todo me aqueja.

 

5

Si el llanto dura, el alma se me queja,

si el escribir, mis ojos, y si en tanto

por muerte o por consuelo me levanto,

de entrambos la esperanza se me aleja.

 

Ve blanco al fin, papel, y a quien penetra

10

el centro deste pecho que enciende

le di (si en tanto bien pudieres verte),

 

que haga de mis lágrimas la letra,

pues ya que no lo siente, bien entiende,

que cuanto escribo y lloro, todo es muerte.

 

*

 

Soneto 81

 

Lucinda, yo me siento arder, y sigo

el sol que deste incendio causa el daño,

que porque no me encuentre el desengaño

tengo al engaño por eterno amigo.

 

5

Siento el error, no siento lo que digo,

a mí yo propio me parezco extraño;

pasan mis años, sin que llegue un año

que esté seguro yo de mí conmigo.

 

¡Oh dura ley de amor, que todos huyen

10

la causa de su mal, y yo la espero

siempre en mi margen, como humilde río!

 

Pero si las estrellas daño influyen,

y con las de tus ojos nací y muero,

¿cómo las venceré sin albedrío?

 

*

 

Soneto 84

De Jasón.

 

Encaneció las ondas con espuma

Argos, primera nave, y sin temellas

osó tocar la gavia las estrellas,

y hasta el cerco del sol volar sin pluma.

 

5

Y aunque Anfitrite airada se consuma,

dividen el cristal sus ninfas bellas,

y hasta Colcos Jasón pasa por ellas,

por más que el viento resistir presuma.

 

Más era el agua que el dragón y el toro,

10

mas no le estorba que su campo arase

la fuerte proa entre una y otra sierra.

 

Rompióse al fin por dos manzanas de oro,

para que el mar cruel no se alabase,

que por lo mismo se perdió la tierra.

 

*

 

Soneto 86

De Andrómeda.

 

Atada al mar Andrómeda lloraba,

los nácares abriéndose al rocío,

que en sus conchas cuajado en cristal frío,

en cándidos aljófares trocaba.

 

5

Besaba el pie, las peñas ablandaba

humilde el mar, como pequeño río,

volviendo el sol la primavera estío,

parado en su cénit la contemplaba.

 

Los cabellos al viento bullicioso,

10

que la cubra con ellos le rogaban,

ya que testigo fue de iguales dichas,

 

y celosas de ver su cuerpo hermoso,

las nereidas su fin solicitaban,

que aún hay quien tenga envidia en las desdichas.

 

*

 

Soneto 87

De Europa y Júpiter.

 

Pasando el mar el engañoso toro,

volviendo la cerviz, el pie besaba

de la llorosa ninfa, que miraba

perdido de las ropas el decoro.

 

5

Entre las aguas y las hebras de oro,

ondas el fresco viento levantaba,

a quien con los supiros ayudaba

del mal guardado virginal tesoro.

 

Cayéronsele a Europa de las faldas

10

las rosas al decirle el toro amores,

y ella con el dolor de sus guirnaldas,

 

dicen que lleno el rostro de colores,

en perlas convirtió sus esmeraldas,

y dijo: «¡Ay triste yo!, ¡perdí las flores!».

 

*

 

Soneto 94

Al Triunfo de Judit.

 

Cuelga sangriento de la cama al suelo

el hombro diestro del feroz tirano,

que opuesto al muro de Betulia en vano,

despidió contra sí rayos al cielo.

 

5

Revuelto con el ansia el rojo velo

del pabellón a la siniestra mano

descubre el espectáculo inhumano

del tronco horrible convertido en hielo.

 

Vertido Baco, el fuerte arnés afea

10

los vasos y la mesa derribada,

duermen las guardas, que tan mal emplea;

 

y sobre la muralla coronada

del pueblo de Israel, la casta hebrea

con la cabeza resplandece armada.

 

*

 

Soneto 101

 

Cayó la torre que en el viento hacían

mis altos pensamientos castigados,

que yacen por el suelo derribados

cuando con sus extremos competían.

 

5

Atrevidos al sol llegar querían,

y morir en sus rayos abrasados,

de cuya luz contentos y engañados,

como la ciega mariposa ardían.

 

¡Oh, siempre aborrecido desengaño,

10

amado al procurarte, odioso al verte,

que en lugar de sanar abres la herida!

 

¡Plugiera a Dios duraras, dulce engaño,

que si ha de dar un desengaño muerte,

mejor es un engaño que da vida!

 

*

 

Soneto 113

 

Desde que viene la rosada Aurora

hasta que el viejo Atlante esconde el día,

lloran mis ojos con igual porfía

su claro sol que otras montañas dora;

 

5

y desde que del caos adonde mora

sale la noche perezosa y fría,

hasta que a Venus otra vez envía,

vuelvo a llorar vuestro rigor, señora.

 

Así que ni la noche me socorre,

10

ni el día me sosiega y entretiene,

ni hallo medio en extremos tan extraños.

 

Mi vida va volando, el tiempo corre,

y mientras mi esperanza con vos viene,

callando pasan los ligeros años.

 

*

 

Soneto 126

 

Desmayarse, atreverse, estar furioso,

áspero, tierno, liberal, esquivo,

alentado, mortal, difunto, vivo,

leal, traidor, cobarde y animoso;

 

5

no hallar fuera del bien centro y reposo,

mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,

enojado, valiente, fugitivo,

satisfecho, ofendido, receloso;

 

huir el rostro al claro desengaño,

10

beber veneno por licor süave,

olvidar el provecho, amar el daño;

 

creer que un cielo en un infierno cabe,

dar la vida y el alma a un desengaño;

esto es amor, quien lo probó lo sabe.

 

*

 

Soneto 133

 

Ya no quiera más bien que sólo amaros,

ni más vida, Lucinda, que ofreceros

la que me dais, cuando merezco veros,

ni ver más luz que vuestros ojos claros.

 

5

Para vivir me basta desearos,

para ser venturoso, conoceros,

para admirar el mundo, engrandeceros,

y para ser Eróstrato, abrasaros,

 

La pluma y lengua, respondiendo a coros,

10

quieren al cielo espléndido subiros,

donde están los espíritus más puros;

 

que entre tales riquezas y tesoros,

mis lágrimas, mis versos, mis suspiros,

de olvido y tiempo vivirán seguros.

 

*

 

Soneto 137

A la noche.

 

Noche fabricadora de embelecos,

loca, imaginativa, quimerista,

que muestras al que en ti su bien conquista,

los montes llanos y los mares secos;

 

5

habitadora de celebros huecos,

mecánica, filósofa, alquimista,

encubridora vil, lince sin vista,

espantadiza de tus mismos ecos;

 

la sombra, el miedo, el mal se te atribuya,

10

solícita, poeta, enferma, fría,

manos del bravo y pies del fugitivo.

 

Que vele o duerma, media vida es tuya;

si velo, te lo pago con el día,

y si duermo, no siento lo que vivo.

 

*

 

Soneto 150

Al la contador Gaspar de Barrionuevo.

 

Rota barquilla mía, que arrojada

de tanta envidia y amistad fingida,

de mi paciencia por el mar regida

con remos de mi pluma y de mi espada,

 

5

una sin corte y otra mal cortada,

conservaste las fuerzas de la vida,

entre los puertos del favor rompida,

y entre las esperanzas quebrantada;

 

sigue tu estrella en tantos desengaños,

10

que quien no los creyó sin duda es loco,

ni hay enemigo vil ni amigo cierto.

 

Pues has pasado los mejores años,

ya para lo que queda, pues es poco,

ni tema a la mar, ni esperes puerto.

 

*

 

Soneto 151

 

Gaspar, si enfermo está mi bien, decidle

que yo tengo de amor el alma enferma,

y en esta soledad desierta y yerma,

lo que sabéis que paso persuadilde.

 

5

Y para que el rigor temple, advertilde

que el médico también tal vez enferma,

y que segura de mi ausencia duerma,

que soy leal cuanto presente humilde.

 

Y advertilde también, si el mal porfía,

10

que trueque mi salud y su accidente,

que la tengo el alma se la envía.

 

Decilde que del trueco se contente,

mas ¿para qué le ofrezco salud mía?

Que no tiene salud quien está ausente.

 

*

 

Soneto 155

 

Belleza singular, ingenio raro,

fuera del natural curso del cielo,

Etna de amor, que de tu mismo hielo

despides llamas entre mármol paro;

 

5

sol de hermosura, entendimiento claro,

alma dichosa en cristalino velo,

norte del mar, admiración del suelo,

emula el sol como a la luna el faro.

 

Milagro del Autor de cielo y tierra,

10

bien de naturaleza el más perfeto,

Lucinda hermosa en quien mi luz se encierra;

 

nieve en blancura y fuego en el efeto,

paz de los ojos y del alma guerra;

dame a escribir como a penar sujeto.

 

*

 

Soneto 158

A una dama que se limpia[ba] los dientes.

 

Gente llama la caja belicosa

cuando se dora y limpia la jineta,

y cuando la ballesta o la saeta,

señal es de la caza codiciosa:

 

5

cuando desnuda de la vaina ociosa

la espada el cortesano, honor le aprieta;

cuando se limpia el tiro o la escopeta,

señal es de la guerra sanguinosa;

 

y cuando el arco de marfil bruñido

10

de sus dientes Lucinda los despojos,

con la saeta de su lengua asido,

 

señal es que a matar y a dar enojos;

si no es arco del cielo que ha salido

a serenar la lluvia de mis ojos.

 

*

 

Soneto 160

 

Esto de imaginar si está en su casa,

si salió, si la hablaron, si fue vista;

temer que se componga, adorne y vista,

andar siempre mirando lo que pasa;

 

5

temblar del otro que de amor se abrasa,

y con hacienda y alma la conquista;

querer que al oro y al amor resista,

morirme si se ausenta o si se casa;

 

celar todo galán rico y mancebo,

10

pensar que piensa en otro si en mí piensa

rondar la noche y contemplar el día,

 

obliga, Marcio, a enamorar de nuevo;

pero saber cómo pasó la ofensa,

no sólo desobliga, mas enfría.

 

*

 

Soneto 161

 

Cual engañado niño que, contento,

pintado pajarillo tiene atado,

y le deja en la cuerda, confiado,

tender las alas por el manso viento;

 

5

y cuando más en esta gloria atento,

quebrándose el cordel, quedó burlado,

siguiéndole, en sus lágrimas bañado,

con los ojos y el triste pensamiento,

 

contigo he sido, Amor; que mi memoria

10

dejé llenar de pensamientos vanos,

colgados de la fuerza de un cabello.

 

Llevóse el viento el pájaro y mi gloria,

y dejóme el cordel entre las manos,

que habrá por fuerza de servirme al cuello.

 

*

 

Soneto 162

 

Ya vengo con el voto y la cadena,

desengaño santísimo, a tu casa,

porque de la mayor coluna y basa

cuelgue de horror y de escarmiento llena.

 

5

Aquí la vela y la rompida entena

pondrá mi amor que el mar del mundo pasa,

y no con alma ingrata y mano escasa,

la nueva imagen de mi antigua pena.

 

Pero aguárdame un poco, desengaño,

10

que se me olvidan en la rota nave

ciertos papeles, prendas y despojos.

 

Mas no me aguardes, que serás engaño,

que si Lucinda a lo que vuelvo sabe,

tendráme un siglo con sus dulces ojos.

 

*

 

Soneto 164

 

Si el padre universal de cuanto veo

en la naturaleza nuestra humana,

despreció la sentencia soberana,

obedeciendo un femenil deseo;

 

5

si un rey David y un nazareno hebreo,

a Bersabé y a Dálida tirana,

la fuerza y la vitoria rinde llana,

que no pudo el león ni el filisteo,

 

¿en qué valor mis ojos se fiaron,

10

y presumió mi ingenio saber tanto

que no le hiciera tu hermosura agravio?

 

Pues con fuerza, virtud y ciencia erraron

Adán el primer hombre, David santo,

Sansón el fuerte y Salomón el sabio.

 

*

 

Soneto 174

 

Daba sustento a un pajarillo un día

Lucinda, y por los hierros del portillo

fuésele de la jaula el pajarillo

al libre viento en que vivir solía.

 

5

Con un suspiro a la ocasión tardía

tendió la mano, y no pudiendo asillo,

dijo (y de las mejillas amarillo

volvió el clavel que entre su nieve ardía):

 

¿Adónde vas por despreciar el nido,

10

al peligro de ligas y de balas,

y el dueño huyes que tu pico adora?».

 

Oyóla el pajarillo enternecido,

y a la antigua prisión volvió las alas,

que tanto puede una mujer que llora.

 

*

 

Soneto 175

 

Deseando estar dentro de vos propia,

Lucinda, para ver si soy querido,

miré ese rostro que del cielo ha sido

con estrellas y sol natural copia;

 

5

y conociendo su bajeza impropia,

vime de luz y resplandor vestido,

en vuestro sol como Faetón perdido,

cuando abrasó los campos de Etiopia,

 

Ya cerca de morir dije: «Tenéos,

10

deseos locos, pues lo fuistes tanto,

siendo tan desiguales los empleos».

 

Mas fue el castigo, para más espanto,

dos contrarios, dos muertes, dos deseos,

pues muero en fuego y me deshago en llanto.

 

*

 

Soneto 178

A la sepultura de Teodora de Urbina.

 

Mi bien nacido de mis propios males,

retrato celestial de mi Belisa,

que en mudas voces y con dulce risa,

mi destierro y consuelo hiciste iguales;

 

5

Ciego, llorando, niña de mis ojos,

segunda vez de mis entrañas sales,

mas pues tu blanco pie los cielos pisa,

¿por qué el de un hombre en tierra tan aprisa

 

quebranta tus estrellas celestiales?

10

sobre esta piedra cantaré, que es mina

donde el que pasa al indio en propio suelo,

 

hallé más presto el oro en tus despojos,

las perlas, el coral, la plata fina;

mas, ¡ay!, que es ángel y llevólo al cielo.

 

*

 

Soneto 188

 

Suelta mi manso, mayoral extraño,

pues otro tienes de tu igual decoro,

deja la prenda que en el alma adoro,

perdida por tu bien y por mi daño.

 

5

Ponle su esquila de labrado estaño,

y no le engañen tus collares de oro,

toma en albricias este blanco toro,

que a las primeras hierbas cumple un año.

 

Si pides señas, tiene el vellocino

10

pardo, encrespado, y los ojuelos tiene

como durmiendo en regalado sueño.

 

Si piensas que no soy su dueño, Alcino,

suelta, y verásle si a mi choza viene,

que aun tienen sal las manos de su dueño.

 

*

 

Soneto 189

 

Querido manso mío, que venistes

por sal mil veces junto aquella roca,

y en mi grosera mano vuestra boca

y vuestra lengua de clavel pusistes,

 

5

¿por qué montañas ásperas subistes

que tal selvatiquez al alma os toca?

¿Qué furia os hizo condición tan loca

que la memoria y la razón perdistes?

 

Paced la anacardina, porque os vuelva

10

de ese cruel y interesable sueño,

y no bebáis del agua del olvido.

 

Aquí está vuestra vega, monte y selva;

yo soy vuestro pastor, y vos mi dueño;

vos mi ganado, y yo vuestro perdido.

 

*

 

Soneto 190

 

Vireno, aquel mi manso regalado

del collarejo azul; aquel hermoso

que con balido ronco y amoroso

llevaba por los montes mi ganado;

 

5

aquel del vellocino ensortijado,

de alegres ojos y mirar gracioso,

por quien yo de ninguno fui envidioso,

siendo de mil pastores envidiado;

 

aquel me hurtaron ya, Vireno hermano;

10

ya retoza otro dueño y le provoca;

toda la noche vela y duerme el día.

 

Ya come blanca sal en otra mano;

ya come ajena mano con la boca

de cuya lengua se abrasó la mía.

 

*

 

Soneto 191

 

Es la mujer del hombre lo más bueno,

y locura decir que lo más malo,

su vida suele ser y su regalo,

su muerte suele ser y su veneno.

 

5

Cielo a los ojos, cándido y sereno,

que muchas veces al infierno igualo,

por raro al mundo su valor señalo,

por falso al hombre su rigor condeno.

 

Ella nos da su sangre, ella nos cría,

10

no ha hecho el cielo cosa más ingrata:

es un ángel, y a veces una arpía.

 

Quiere, aborrece, trata bien, maltrata,

y es la mujer al fin como sangría,

que a veces da salud, y a veces mata.

 

*

 

Soneto 198

 

Faltaron con el tiempo riguroso,

la torre a Faro, a Babilonia el muro,

a Grecia aquel milagro, en mármol duro,

del Júpiter olímpico famoso;

 

5

a Caria, aquel sarcófago amoroso,

y a Menfis, del Egipto mal seguro,

las colunas que hoy cubre olvido escuro;

el templo a Efesia, a Rodas el coloso;

 

pero cayendo con mayor ejemplo,

10

la gran coluna, que en virtudes y obras

las puso con Plus Ultra al fin del mundo,

 

torre, muro, coloso, estatuas, templo,

pierde, oh España, mas las mismas cobras

en el Tercero, de tan gran Segundo.

 

*

 

Soneto 199

A la muerte.

 

La muerte para aquél será terrible

con cuya vida acaba su memoria,

no para aquel cuya alabanza y gloria

con la muerte morir es imposible.

 

5

Sueño es müerte, y paso irremisible,

que en nuestra universal humana historia

pasó con felicísima vitoria

un hombre que fue Dios incorruptible.

 

Nunca de suyo fue mala y culpable

10

la muerte, a quien la vida no resiste:

al malo, aborrecible; al bueno, amable.

 

No la miseria en el morir consiste;

sólo el camino es triste y miserable,

y si es vivir, la vida sola es triste.

 

*

 

Soneto 200

Alfa y omega Jehová.

 

Siempre te canten santo Sabaot

tus ángeles, gran Dios, divino Hilec;

mi vida excede ya la de Lamec;

huir deseo como el justo Lot.

 

5

Cayó en viéndote el dolo Bellemot,

sacerdote mayor Melquisedec;

no ha tocado a mi alma Abimelec,

ni Tezabel la viña de Nabot.

 

Profetas falsos dan la muerte a Acab,

10

David desea ya el aqua de Bet,

por la paciencia con que espera Job,

 

cruel está con Absalón Joab,

salga del arca a ver el sol Jafet

y el cielo de la escala de Jacob.

 

 

Fin de los sonetos.