BIBLIOTHECA AUGUSTANA

 

Lope de Vega

1562 - 1635

 

Soliloquios amorosos

 

1629

 

Selección

 

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Prologo

Introducción

Soliloquio I

Comentario

Soliloquio II

Comentario

Soliloquio III

Comentario

Soliloquio IV

Comentario

Soliloquio V

Comentario

Soliloquio VI

Comentario

Soliloquio VII

Comentario

Salve

 

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Soliloquio i

 

Dulce Jesús de mi vida,

¡qué dije!, espera, no os vais:

que no es bien que vos seáis

de una vida tan perdida.

 

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Pero si no sois de mí,

yo, mi Jesús, soy de vos,

porque quiero hallar en Dios

esto que sin Dios perdí.

 

Mas ya vuelvo a suplicaros

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que de mi vida seáis:

que si vos no me la dais,

no tendré vida que daros.

 

Deseo daros mi vida,

y sin vos no es daros nada,

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porque con vos va ganada,

cuanto sin vos va perdida.

 

Muérome de puro amor

por llamaros vida mía:

que la que sin vos perdía,

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ya no la tengo, Señor.

 

Pues vuestra piedad me adiestra

como a oveja reducida,

quiero llamaros mi vida,

aunque he sido muerte vuestra.

 

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Vida mía, en este día

me habréis de hacer un favor;

¡oh, qué bien me va, Señor,

con llamaros vida mía!

 

Luego que vida os llamé,

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a pediros me atreví,

porque el regalo sentí

que en vuestro brazos hallé.

 

Y es que jamás permitáis

que otra vida sin vos tenga:

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que no es bien que a vivir venga

vida donde vos no estáis.

 

¡Ay Jesús! ¿Cómo viví

sólo un momento sin vos?

Porque si la vida es Dios,

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¿qué vida quedaba en mí?

 

¡Qué cosas tuve por vida

tan miserables y tristes!

¿Es posible que pudistes

sufrir cosa tan perdida?

 

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Pero sospecho, mi Dios,

que fue permitirlo así,

para que viesen en mí

qué sufrimiento hay en vos.

 

Pero no lo habéis perdido,

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¡oh soberana piedad!,

pues conozco mi maldad

por lo que me habéis sufrido.

 

Porque sé de aquel vivir,

como si Dios no tuviera:

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que quien menos que Dios fuera

no me pudiera sufrir.

 

¡Qué de veces os negué

por confesar mi locura

a la fingida hermosura,

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donde no hay verdad ni fe!

 

Si la vuestra en la cruz viera,

¡ay Dios y cuánto os amara!

¡Qué de lágrimas llorara,

qué de amores os dijera!

 

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No sé, mi bien, qué os tenéis,

que todo me enamoráis,

o es que, como abierto estáis,

mostráis lo que me queréis.

 

Amenazado de vos,

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parece que no os temí,

y lleno de sangre sí;

decid, ¿qué es esto, mi Dios?

 

¡Oh qué divinos colores

os hace esa sangre fría!

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¡Oh cómo estáis, vida mía,

para deciros amores!