BIBLIOTHECA AUGUSTANA

 

Lope de Vega

1562 - 1635

 

Rimas sacras

 

1614

 

______________________________________________________________

 

 

 

 

Selección

Soneto I

Soneto II

Soneto III

Soneto V

Soneto XIV

Soneto XV

Soneto XVI

Soneto XVIII

Soneto XXXI

Soneto XXXVII

Soneto XLIII

Soneto XLVI

Soneto XLVIII

Soneto LXVIII

Soneto LXXXV

Soneto XCIV

Soneto XCVI

Soneto XCVII

Soneto XCVIII

Soneto XCIX

Soneto C

Romance X

Romance XII

Romance XIV

 

 

 

Soneto i

 

Cuando me paro a contemplar mi estado,

y a ver los pasos por donde he venido,

me espanto de que un hombre tan perdido

a conocer su error haya llegado.

 

5

Cuando miro los años que he pasado,

la divina razón puesta en olvido,

conozco que piedad del cielo ha sido

no haberme en tanto mal precipitado.

 

Entré por laberinto tan extraño,

10

fiando al débil hilo de la vida

el tarde conocido desengaño;

 

mas de tu luz mi escuridad vencida,

el monstro muerto de mi ciego engaño,

vuelve a la patria, la razón perdida.

 

*

 

Soneto ii

 

Pasos de mi primera edad que fuistes

por el camino fácil de la muerte,

hasta llegarme al tránsito más fuerte

que por la senda de mi error pudistes;

 

5

¿qué basilisco entre las flores vistes

que de su engaño a la razón advierte?

Volved atrás, porque el temor concierte

las breves horas de mis años tristes.

 

¡Oh pasos esparcidos vanamente!

10

¿qué furia os incitó, que habéis seguido

la senda vil de la ignorante gente?

 

Mas ya que es hecho, que volváis os pido,

que quien de lo perdido se arrepiente

aun no puede decir que lo ha perdido.

 

*

 

Soneto iii

 

Entro en mí mismo para verme, y dentro

hallo, ¡ay de mí!, con la razón postrada,

una loca república alterada,

tanto que apenas los umbrales entro.

 

5

Al apetito sensitivo encuentro,

de quien la voluntad mal respetada

se queja al cielo, y de su fuerza armada

conduce el alma al verdadero centro.

 

La virtud, como el arte, hallarse suele

10

cerca de lo difícil, y así pienso

que el cuerpo en el castigo se desvele.

 

Muera el ardor del apetito intenso,

porque la voluntad al centro vuele,

capaz potencia de su bien inmenso.

 

*

 

Soneto v

 

¿Qué ceguedaz me trujo a tantos daños?

¿Por dónde me llevaron desvaríos,

que no traté mis años como míos,

y traté como propios sus engaños?

 

5

¡Oh puerto de mis blancos desengaños,

por donde ya mis juveniles bríos

pasaron como el curso de los ríos,

que no los vuel[v]e atrás el de los años!

 

Hicieron fin mis locos pensamientos,

10

acomodóse al tiempo la edad mía,

por ventura en ajenos escarmientos.

 

Que no temer el fin no es valentía,

donde acaban los gustos en tormentos,

y el curso de los años en un día.

 

*

 

Soneto xiv

 

Pastor que con tus silbos amorosos

me despertaste del profundo sueño,

Tú que hiciste cayado de ese leño,

en que tiendes los brazos poderosos,

 

5

vuelve los ojos a mi fe piadosos,

pues te confieso por mi amor y dueño,

y la palabra de seguirte empeño,

tus dulces silbos y tus pies hermosos.

 

Oye, pastor, pues por amores mueres,

10

no te espante el rigor de mis pecados,

pues tan amigo de rendidos eres.

 

Espera, pues, y escucha mis cuidados,

pero ¿cómo te digo que me esperes,

si estás para esperar los pies clavados?

 

*

 

Soneto xv

 

¡Cuántas veces, Señor, me habéis llamado,

y cuántas con vergüenza he respondido,

desnudo como Adán, aunque vestido

de las hojas del árbol del pecado!

 

5

Seguí mil veces vuestro pie sagrado,

fácil de asir, en una cruz asido,

y atrás volví otras tantas, atrevido,

al mismo precio en que me habéis comprado.

 

Besos de paz os di para ofenderos,

10

pero si fugitivos de su dueño

hierran cuando los hallan los esclavos,

 

hoy que vuelvo con lágrimas a veros,

clavadme vos a vos en vuestro leño,

y tendréisme seguro con tres clavos.

 

*

 

Soneto xvi

 

Muere la vida, y vivo yo sin vida,

ofendiendo la vida de mi muerte,

sangre divina de las venas vierte,

y mi diamante su dureza olvida.

 

5

Está la majestad de Dios tendida

en una dura cruz, y yo de suerte

que soy de sus dolores el más fuerte,

y de su cuerpo la mayor herida.

 

¡Oh duro corazón de mármol frio!,

10

¿tiene tu Dios abierto el lado izquierdo,

y no te vuelves un copioso río?

 

Morir por él será divino acuerdo,

mas eres tú mi vida, Cristo mío,

y como no la tengo, no la pierdo.

 

*

 

Soneto xviii

 

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?

¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,

que a mi puerta cubierto de rocío

pasas las noches del invierno escuras?

 

5

¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras,

pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,

si de mi ingratitud el hielo frío

secó las llagas de tus plantas puras!

 

¡Cuántas veces el Ángel me decía:

10

«Alma, asómate agora a la ventana,

verás con cuánto amor llamar porfía»!

 

¡Y cuántas, hermosura[s] soberana,

"Mañana le abriremos", respondía,

para lo mismo responder mañana!

 

*

 

Soneto xxxi

 

Yo me muero de amor, que no sabía,

aunque diestro en amar cosas del suelo,

que no pensaba yo que amor del cielo

con tal rigor las almas encendía.

 

5

Si llama la moral filosofía

deseo de hermosura a amor, recelo

que con mayores ansias me desvelo

cuanto es más alta la belleza mía.

 

Amé en la tierra vil, ¡qué necio amante!

10

¡Oh luz del alma, habiendo de buscaros,

qué tiempo que perdí como ignorante!

 

Mas yo os prometo agora de pagaros

con mil siglos de amor cualquiera instante

que por amarme a mí dejé de amaros.

 

*

 

Soneto xxxvii

A una rosa.

 

¡Con qué artificio tan divino sales

de esa camisa de esmeralda fina,

oh rosa celestial alejandrina,

coronada de granos orientales!

 

5

Ya en rubíes te enciendes, ya en corales,

ya tu color a púrpura se inclina

sentada en esa basa peregrina

que forman cinco puntas desiguales.

 

Bien haya tu divino autor, pues mueves

10

a su contemplación el pensamiento,

a aun a pensar en nuestros años breves.

 

Así la verde edad se esparce al viento,

y así las esperanzas son aleves

que tienen en la tierra el fundamento...

 

*

 

Soneto xliii

A una calavera.

 

Esta cabeza, cuando viva, tuvo

sobre la arquitectura destos huesos

carne y cabellos, por quien fueron presos

los ojos que mirándola detuvo.

 

5

Aquí la rosa de la boca estuvo,

marchita ya con tan helados besos,

aquí los ojos de esmeralda impresos,

color que tantas almas entretuvo.

 

Aquí la estimativa en que tenía

10

el principio de todo el movimiento,

aquí de las potencias la armonía.

 

¡Oh hermosura mortal, cometa al viento!,

¿dónde tan alta presunción vivía,

desprecian los gusanos aposento?

 

*

 

Soneto xlvi

 

No sabe qué es amor quien no te ama,

celestial hermosura, esposo bello,

tu cabeza es de oro, y tu cabello

como el cogollo que la palma enrama.

 

5

Tu boca como lirio, que derrama

licor al alba; de marfil tu cuello;

tu mano el torno y en su palma el sello

que el alma por disfraz jacintos llama.

 

¡Ay Dios!, ¿en qué pensé cuando, dejando

10

tanta belleza y las mortales viendo,

perdí lo que pudiera estar gozando?

 

Mas si del tiempo que perdí me ofendo,

tal prisa me daré, que un hora amando

venza los años que pasé fingiendo.

 

*

 

Soneto xlviii

 

Hombre mortal mis padres me engendraron,

aire común y luz de los cielos dieron,

y mi primera voz lágrimas fueron,

que así los reyes en el mundo entraron.

 

5

La tierra y la miseria me abrazaron,

paños, no piel o pluma, me envolvieron,

por huésped de la vida me escribieron,

y las horas y pasos me contaron.

 

Así voy prosiguiendo la jornada

10

a la inmortalidad el alma asida,

que el cuerpo es nada, y no pretende nada.

 

Un principio y un fin tiene la vida,

porque de todos es igual la entrada,

y conforme a la entrada la salida.

 

*

 

Soneto lxviii

A la sanctíssima Madalena.

 

Buscaba Madalena pecadora

un hombre, y Dios halló sus pies, y en ellos

perdón, que más la fe que los cabellos

ata sus pies, sus ojos enamora.

 

5

De su muerte a su vida se mejora,

efecto en Cristo de sus ojos bellos,

sigue su luz, y al occidente dellos

canta en los cielos y en peñascos llora.

 

«Si amabas, dijo Cristo, soy tan blando

10

que con amor a quien amó conquisto,

si amabas, Madalena, vive amando».

 

Discreta amante, que el peligro visto

súbitamente trasladó llorando

los amores del mundo a los [de] Cristo.

 

*

 

Soneto lxxxv

 

Dulce Señor, mis vanos pensamientos

fundados en el viento me acometen,

pero por más que mi quietud inquieten

no podrán derribar tus fundamentos.

 

5

No porque de mi parte mis intentos

seguridad alguna me prometen

para que mi flaqueza no sujeten,

ligera más que los mudables vientos.

 

Mas porque si a mi voz, Señor, se inclina

10

tu defensa y piedad, ¿qué humana guerra

contra lo que Tú amparas será fuerte?

 

Ponme a la sombra de tu cruz divina,

y vengan contra mí fuego, aire, tierra,

mar, yerro, engaño, envidia, infierno y muerte.

 

*

 

Soneto xciv

 

Yo pagaré con lágrimas la risa

que tuve en la verdura de mis años,

pues con tan declarados desengaños

el tiempo, Elisio, de mi error me avisa.

 

5

«Hasta la muerte» en la corteza lisa

de un olmo, a quien dio el Tajo eternos baños,

escribí un tiempo, amando los engaños

que mi temor con pies de nieve pisa.

 

Mas, ¿qué fuera de mí, si me pidiera

10

esta cédula Dios, y la cobrara,

y el olmo entonces el testigo fuera?

 

Pero yo con el llanto de mi cara

haré crecer el Tajo de manera

que sólo quede mi vergüenza clara.

 

*

 

Soneto xcvi

A Santa Getrudis.

 

Getrudis, siendo Dios tan amoroso

que está en el hombre por amor ardiente

y el hombre en Él, no es mucho que aposente

tan abrasado corazón su esposo.

 

5

Amor le ha dado en vos dulce reposo,

que allí quiere vivir y estar presente,

que nadie amara y estuviera ausente,

si fuera como Dios tan poderoso.

 

Si a quien pregunta al mismo Dios que adónde

10

le podrá hallar. después del blanco velo

«en vuestro santo corazón» responde.

 

Custodia sois, mientras gozáis el suelo,

y pues que todo Dios en él se esconde,

mayor tenéis el corazón que el cielo.

 

*

 

Soneto xcvii

A San Angelo. Carmelita.

 

Ángel, a gran peligro os arrojastes

cuando a decir verdad os atrevistes,

supuesto que al Bautista parecistes,

cuando con tal rigor la predicastes.

 

5

Notable ejemplo a los demás dejastes,

luz sobre monte, y no lisonja fuistes,

que puesto que del púlpito caistes,

al cielo envuelto en sangre os levantastes.

 

Ángel fue el gran Bautista, si en la vista

10

y en la verdad le sois tan semejante,

y en hábito tan pobre y tan estrecho.

 

Ángel, no es mucho, pues murió el Bautista

por decir la verdad, que un ciego amante

por la misma ocasión os pase el pecho.

 

*

 

Soneto xcviii

A San Josef, con Jesús dormido en los brazos.

 

Josef, ¿cómo podrá tener gobierno

el tiempo, de quien Padre y lumbre ha sido,

si en los brazos tenéis al Sol dormido,

pues tiene vida por su curso eterno?

 

5

Aunque sois cuna de su cuerpo tierno

del alba virginal recién nacido,

despertalde, Josef, si tanto olvido

no le disculpa vuestro amor paterno.

 

Mirad que hasta los ángeles espanta

10

ver que se duerma el sol resplandeciente

en la misma sazón que se levanta.

 

Dejad, Josef, que su carrera intente,

porque desde el pesebre a la Cruz santa

es ir desde el Oriente al Occidente.

 

*

 

Soneto xcix

 

No espanta al sabio, ni ha de ser temida

la muerte que amenazan varios casos,

y por la brevedad de nuestros pasos

no puede estar muy lejos de la vida.

 

5

El sueño es una muerte, aunque fingida,

que tiene como el sol tantos ocasos;

de tierra son nuestros mortales vasos:

con poco golpe quedará rompida.

 

La vida fue muy justo que estuviese

10

en esta suspensión, porque en concierto

el temor de la muerte nos pusiese.

 

Por eso hizo Dios su fin incierto,

para que mientras más incierto fuese,

más cerca nos parezca de ser cierto.

 

*

 

Soneto c

El alma a su Dios.

 

¿Cuándo en tu alcázar de Sión y en Beth

de tu santo David seré Abisac?

¿Cuándo Rebeca de tu humilde Isaac?

¿Cuándo de tu Josef limpia Aseneth?

 

5

De las aquas salí como Jafet,

de la llama voraz como Sidrac,

y de las maldiciones de Balac

por la que fue bendita en Nazareth.

 

Viva en Jerusalén como otro Hasub,

10

y no me quede en la ciudad de Lot,

sabiduría eterna, inmenso Alef.

 

Que tú, que pisas el mayor querub,

y lá cerviz enlazas de Benemath,

sacarás de la cárcel a Josef.

 

*

 

Romance x

Al poner a Cristo en la cruz.

 

En tanto que el hoyo cavan

a donde la cruz asienten,

en que el Cordero levanten

figurado por la sierpe,

 

5

aquella ropa inconsútil

que de Nazareth ausente

labró la hermosa María

después de su parto alegre,

 

de sus delicadas carnes

10

quitan con manos aleves

los camareros que tuvo

Cristo al tiempo de su muerte.

 

No bajan a desnudarle

los espíritus celestes,

15

sino soldados que luego

sobre su ropa echan suertes.

 

Quitáronle la corona,

y abriéronse tantas fuentes,

que todo el cuerpo divino

20

cubre la sangre que vierten.

 

Al despegarle la ropa

las heridas reverdecen,

pedazos de carne y sangre

salieron entre los pliegues.

 

25

Alma pegada en tus vicios,

si no puedes, o no quieres

despegarte tus costumbres,

piensa en esta ropa, y puede.

 

A la sangrienta cabeza

30

la dura corona vuelven,

que para mayor dolor

le coronaron dos veces.

 

Asió la soga un soldado,

tirando a Cristo, de suerte

35

que donde va por su gusto

quiere que por fuerza llegue.

 

Dio Cristo en la cruz de ojos,

arrojado de la gente,

que primero que la abrace,

40

quieren también que la bese.

 

¡Qué cama os está esperando,

mi Jesús, bien de mis bienes,

para que el cuerpo cansado

siquiera a morir se acueste!

 

45

¡Oh, qué almohada de rosas

las espinas os prometen!;

¡qué corredores dorados

los duros clavos crueles!

 

Dormid en ella, mi amor,

50

para que el hombre despierte,

aunque más dura se os haga

que en Belén entre la nieve.

 

Que en fin aquella tendría

abrigo de las paredes,

55

las tocas de vuestra Madre,

y el heno de aquellos bueyes.

 

¡Qué vergüenza le daría

al Cordero santo el verse,

siendo tan honesto y casto,

60

desnudo entre tanta gente!

 

¡Ay divina Madre suya!,

si agora llegáis a verle

en tan miserable estado,

¿quién ha de haber que os consuele?

 

65

Mirad, Reina de los cielos,

si el mismo Señor es éste,

cuyas carnes parecían

de azucenas y claveles.

 

Mas, ¡ay Madre de piedad!,

70

que sobre la cruz le tienden,

para tomar la medida

por donde los clavos entren.

 

¡Oh terrible desatino!,

medir al inmenso quieren,

75

pero bien cabrá en la cruz

el que cupo en el pesebre.

 

Ya Jesús está de espaldas,

y tantas penas padece,

que con ser la cruz tan dura,

80

ya por descanso la tiene.

 

Alma de pórfido y mármol,

mientras en tus vicios duermes,

dura cama tiene Cristo,

no te despierte la muerte.

 

*

 

Romance xii

A Cristo de la cruz.

 

¿Quién es aquel Caballero

herido por tantas partes,

que está de expirar tan cerca,

y no le socorre nadie?

 

5

«Jesús Nazareno» dice

aquel rétulo notable.

¡Ay Dios, que tan dulce nombre

no promete muerte infame!

 

Después del nombre y la patria,

10

Rey dice más adelante,

pues si es rey, ¿cuándo de espinas

han usado coronarse?

 

Dos cetros tiene en las manos,

mas nunca he visto que claven

15

a los reyes en los cetros

los vasallos desleales.

 

Unos dicen que si es Rey,

de la cruz descienda y baje;

y otros, que salvando a muchos,

20

a sí no puede salvarse.

 

De luto se cubre el cielo,

y el sol de sangriento esmalte,

o padece Dios, o el mundo

se disuelve y se deshace.

 

25

Al pie de la cruz, María

está en dolor constante,

mirando al Sol que se pone

entre arreboles de sangre.

 

Con ella su amado primo

30

haciendo sus ojos mares,

Cristo los pone en los dos,

más tierno porque se parte.

 

¡Oh lo que sienten los tres!

Juan, como primo y amante,

35

como madre la de Dios,

y lo que Dios, Dios lo sabe.

 

Alma, mirad cómo Cristo,

para partirse a su Padre,

viendo que a su Madre deja,

40

le dice palabras tales:

 

Mujer, ves ahí a tu hijo

y a Juan: Ves ahí tu Madre.

Juan queda en lugar de Cristo,

¡ay Dios, qué favor tan grande!

 

45

Viendo, pues, Jesús que todo

ya comenzaba a acabarse,

Sed tengo, dijo, que tiene

sed de que el hombre se salve.

 

Corrió un hombre y puso luego

50

a sus labios celestiales

en una caña una esponja

llena de hiel y vinagre.

 

¿En la boca de Jesús

pones hiel?, hombre, ¿qué haces?

55

Mira que por ese cielo

de Dios las palabras salen.

 

Advierte que en ella puso

con sus pechos virginales

una ave su blanca leche

60

a cuya dulzura sabe.

 

Alma, sus labios divinos,

cuando vamos a rogarle,

¿cómo con vinagre y hiel

darán respuesta süave?

 

65

Llegad a la Virgen bella,

y decirle con el ángel:

«Ave, quitad su amargura,

pues que de gracia sois Ave».

 

Sepa al vientre el fruto santo,

70

y a la dulce palma el dátil;

si tiene el alma a la puerta

no tengan hiel los umbrales.

 

Y si dais leche a Bernardo,

porque de madre os alabe,

75

mejor Jesús la merece,

pues Madre de Dios os hace.

 

Dulcísimo Cristo mío,

aunque esos labios se bañen

en hiel de mis graves culpas,

80

Dios sois, como Dios habladme.

 

Habladme, dulce Jesús,

antes que la lengua os falte,

no os desciendan de la cruz

sin hablarme y perdonarme.

 

*

 

Romance xiv

A la muerte de Cristo nuestro señor.

 

La tarde se escurecía

entre la una y las dos,

que viendo que el Sol se muere,

se vistió de luto el sol.

 

5

Tinieblas cubren los aires,

las piedras de dos en dos

se rompen unas con otras,

y el pecho del hombre no.

 

Los ángeles de paz lloran

10

con tan amargo dolor,

que los cielos y la tierra

conocen que muere Dios.

 

Cuando está Cristo en la cruz

diciendo al Padre, Señor,

15

¿por qué me bas desamparado?

¡ay Dios, qué tierna razón!,

 

¿qué sentiría su Madre,

cuando tal palabra oyó,

viendo que su Hijo dice

20

que Dios le desamparó?

 

No lloréis Virgen piadosa,

que aunque se va vuestro Amor,

antes que pasen tres días

volverá a verse con vos.

 

25

¿Pero cómo las entrañas,

que nueve meses vivió,

verán que corta la muerte

fruto de tal bendición?

 

«¡Ay Hijo!, la Virgen dice,

30

¿qué madre vio como yo

tantas espadas sangrientas

traspasar su corazón?

 

¿Dónde está vuestra hermosura?

¿quién los ojos eclipsó,

35

donde se miraba el Cielo

como de su mismo Autor?

 

Partamos, dulce Jesús,

el cáliz desta pasión,

que Vos le bebéis de sangre,

40

y yo de pena y dolor.

 

¿De qué me sirvió guardaros

de aquel Rey que os persiguió,

si al fin os quitan la vida

vuestros enemigos hoy?»

 

45

Esto diciendo la Virgen

Cristo el espíritu dio;

alma, si no eres de piedra

llora, pues la culpa soy.